En nuestras mentes, “digital” equivale muchas veces a “limpio”. ¿Cómo podría ser contaminante algo que apenas consigo palpar? La desaparición de los tickets de metro, los CD, el dinero en efectivo o los periódicos en papel, se suele considerar un progreso hacia un sistema más respetuoso con el medioambiente. Pero esta desmaterialización aparente, que se presenta muchas veces como LA solución al desafío del cambio climático tiene una cara B mucho más perjudicial para el planeta de lo que solemos pensar.  

 

En esta edición de OFF tratamos de desencriptar algunos aspectos de esta “verdad incómoda” y proponemos algunas vías para mitigarlos


Una industria adicta a la renovación constante 

Primero, el hardware. Nuestros dispositivos cada vez más diminutos disimulan procesos de producción golosos en materias primas. Para producir un ordenador de 2 kilos son necesarios unos 800 kilos de metales raros, los cuales suponen una cantidad abismal de agua y energía para ser extraídos. El 80 % de la huella de carbono de los smartphones se genera en esta fase de producción. Además, desde hace tiempo intuimos que no existe un plan B para sustituir estos metales, como el oro, el litio o el cobalto, entre decenas de otros.

Arquitectura de un smartphone con metales utilizados, Orange Labs.

Este coste no es visible al abrirse la caja en la que viene un nuevo smartphone, pero sí se observa de forma muy concreta en las zonas mineras en las que se extraen como Tibet o el “Triángulo del litio”, entre Argentina, Bolivia y Chile, en los que la producción de litio – metal imprescindible para las baterías – deja una huella indeleble. Para extraer 1 kilo de litio son necesarios más de 2.200 litros de agua (que terminan de desertificar estas regiones y afectan gravemente a las comunidades locales) así como procesos químicos muy contaminantes. Mucho más fácil de extraer, pero igualmente imprescindible, el coltán, casi exclusivamente ubicado en Congo (RDC), es extremadamente tóxico para todos los que lo cosechan a mano (incluidos muchos niños).  

 

En 2024, el número de smartphones en el mundo debería rozar los 7 mil millones. El problema es que su producción no supone un coste de una sola vez como en el caso de los teléfonos o electrodomésticos de nuestros abuelos que se podían quedar décadas en uso, sino recurrente: de media los smartphones se renuevan cada 2 años. Esta aberración se debe en gran parte a la adicción de toda una industria a que renovemos a toda velocidad nuestros dispositivos. Solo hace falta que el porcentaje de sustitución de iPhones 13 por iPhones 14 sean ligeramente inferiores a lo esperado para que los resultados de Apple sufran considerablemente

 

Para acelerar el ciclo de compra y recompra, las compañías de hardware emplean diversas técnicas: 

  • Imposibilidad de reparar: conciben sus aparatos de tal manera que sea complicado cambiar partes o reparar.

  • Obsolescencia programada: como en el caso del “batterygate”, cuando se comprobó que el rendimiento de las baterías de los iPhones disminuía con las actualizaciones del sistema operativo.  

  • Obsolescencia por diseño: transmiten al consumidor la sensación de que tienen un modelo viejo cuando lo comparan con su versión más reciente. 

Colectivamente, hemos terminado creyéndonos la promesa de una vida mejor que trasladan las campañas de promoción que promueven cada nueva versión de estos dispositivos que nos acompañan día y noche, y esto nos lleva a renovarlos con una frecuencia mucho más elevada que lo que verdaderamente nos es útil.

Por último, ¿qué sucede con nuestro “viejo smartphone” una vez este cumple un par de años? El 85 % de los smartphones no se reciclan y cada año se producen 53 millones de toneladas de chatarra electrónica en el mundo.

Evolución de las emisiones de CO2  de las TIC, The Shift Project.

La huella de lo invisible 

El coste medioambiental de nuestra actividad digital no se limita al hardware sino que también resulta de una cantidad de procesos que parecen totalmente inofensivos: 

Volumen de correos electrónicos enviados por día, Oberlo.

La visualización de vídeos, que representa el 60% del tráfico de datos en el mundo, generó más de 300 millones de toneladas de CO2 en 2018 – el equivalente a la huella de carbono total de España.

  • La “nube” no está en las nubes sino ubicada en data centers, que de media consumen cada uno el equivalente a 30.000 hogares en electricidad. Solo en EE.UU. se estima que existen actualmente más de 5.000.

  • ChatGPT “bebe” una botella de agua cada vez que contesta entre 20 y 50 respuestas, lo cual no es trivial si lo multiplicamos por sus cientos de millones de usuarios y por el número de preguntas que se le formulan diariamente.

  • En cuanto al bitcoin, genera un consumo anual de 121,36 teravatios-hora, el equivalente al consumo eléctrico de un país entero del tamaño de Argentina. 

Número de smartphones activos en el mundo (2016-2028), Statista.

¿Qué podemos hacer? 

1. Un cambio cultural frente a una renovación excesiva. 

En la alta sociedad británica, hasta hace unas décadas, todo lo que aparentaba demasiado nuevo estaba mal visto. Cuando un lord compraba un traje, a veces se lo daba a su chófer para que lo estrenase antes de ponérselo él. Deberíamos tal vez recuperar algo de este espíritu en cuanto a nuestra forma de consumir. Tomando consciencia de todo lo que hay detrás de cada dispositivo, deberíamos valorar más –tanto socialmente como para uno mismo– lo que tiene unos años de antigüedad.

2. Reparar. 

No caigamos en la trampa de que es mejor cambiar que tratar de reparar. El sitio web iFixit, gestionado por consumidores enseña da consejos valiosos para reparar cualquier tipo de dispositivo. Lo mismo que Alargascencia.  

3. Para consumir menos datos: 

  • Visualiza visualiza vídeos con menos resolución; 

  • conéctate a wifi en vez de datos; 

  • envía mensajes sin imágenes o piénsatelo dos veces antes de enviar imágenes insignificantes;

  • quita los datos del móvil cuando sea posible; 

  • envía archivos mediante link y no como adjunto. 

4. Sé paciente y compra lo que realmente necesites.

El comercio electrónico incita a compras compulsivas: la producción y entrega de cada uno representa un coste medioambiental superfluo.  Procura limitar este tipo de consumo y cuando compres online, no solicites la entrega el mismo día de la adquisición del producto.

5. Acción colectiva

Las acciones individuales son necesarias, pero tienen muchas limitaciones. La sociedad civil debe tratar de ejercer un peso sobre la industria y el legislador a través de asociaciones como HOP! (Halte à l’obslolescence programmée!) en Francia, Fennis o Amigos de la Tierra en España

 

Gran parte del cambio se producirá a base de medidas legislativas como la recién normativa europea para promover la reparación de productos y dispositivos (en negociación), que pretende fomentar la reparación de bienes defectuosos para fomentar un consumo más sostenible). 

Este vídeo de The Shift Project resume las vías por las que nuestra actividad digital deteriora el medioambiente. Si visualizas este vídeo emitirás 8,7g of CO2.

OFF #12 | La newsletter para retomar el control

Noviembre 2023

El coste medioambiental de nuestras vidas conectadas

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Una vez al mes, propongo una reflexión sobre una faceta específica de la influencia de la tecnología digital en nuestras vidas para ayudar a entender mejor la transformación acelerada de nuestro día a día.

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