Inteligencia Artificial militar

En febrero de este año, una noticia pasó medio desapercibida: Google revisó discretamente sus Principios de la IA, abandonando el compromiso anunciado en 2018 de no aplicarla al desarrollo de armamento ni a sistemas de vigilancia.

Esta fue una de las señales que prefiguraban la luna de miel entre la inteligencia artificial de las grandes tecnológicas y las autoridades militares estadounidenses durante la administración de Donald Trump.

Curiosamente, 2018 fue también el año en que Google retiró su eslogan “Don’t be evil” de su código de conducta. En realidad, ya había vuelto a coquetear con el Pentágono al menos desde 2021.

Hace unas semanas, la compañía anunció un contrato de $200 millones con el Pentágono –el mismo importe que recibieron otras tres big tech (Anthropic, OpenAI y xAI)– para ayudar en la aplicación de la IA en el ámbito militar.

Parece que al Departamento de Defensa le interesan particularmente los agentes de IA – estos sistemas en los que le damos banda ancha a la IA para que esta tome el control de ciertos procesos.

Amazon, Microsoft y Palantir llevan ya tiempo trabajando para acercar la IA al Departamento de Defensa.

Por su parte, Meta anunció en mayo una alianza con Anduril para desarrollar programas de realidad inmersiva destinados al entrenamiento de policías y soldados, abriendo así una salida comercial a sus tecnologías XR (realidad aumentada y virtual), que no llegan a seducir al público.

(Su departamento “Reality Labs” lleva ya 58.000 millones de dólares en pérdidas en cuatro años, algo que no agrada a los mercados... y la obsesión nº1 de Zuckerberg es la cotización de Meta en bolsa).

 
 
 
 

Qué lejanos parecen los tiempos en que empleados de Google amenazaron con abandonar la compañía tras el anuncio de Project Maven, una IA diseñada para optimizar los disparos realizados desde drones. Entonces, esa presión interna bastó para que la empresa diera marcha atrás.

Pero no olvidemos que los orígenes de muchas de las tecnologías que utilizamos hoy —empezando por el propio internet— se encuentran más en la DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency) que en un garaje californiano, así que de cierta manera, se trata de una vuelta al redil.

Recordemos también que la misión que los consumidores les damos a los gigantes tecnológicos de solucionarnos la vida, automatizando y deshumanizando ciertos procesos sin preocuparnos demasiado por el coste que estamos asumiendo, no dista tanto de lo que pretende el Pentágono.

 
 

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¿Bajo qué coste estamos dispuestos a seguir cediendo el control de nuestras vidas y seguridad a empresas que adaptan su “ética” a sus intereses, y no el contrario?

Si nos incomoda que las mismas empresas que gestionan nuestros emails, información, relaciones sociales, compras, flujo de trabajo, o el termostato de nuestro hogar sean las mismas que optimicen y automaticen los disparos de los drones o los sistemas de vigilancia policial, ¿no será este el momento adecuado para empezar a buscar alternativas?

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