Paradojas de la innovación

En esta nueva edición de OFF propongo reflexionar sobre algunas paradojas de la innovación que surgen de la discrepancia frecuente entre, por un lado, los beneficios que esperamos de ella (o los que nos hacen esperar) y, por el otro, el efecto que termina teniendo en nuestras vidas. 

 

Empecemos considerando una innovación pre-digital: el automóvil. La primera ventaja que se destacaba cuando se popularizó fue la velocidad y el hecho que permitiría ganar tiempo. En realidad, la generalización del coche no tuvo ningún impacto sobre el tiempo de transporte diario (el cual se mantuvo constante), sino que, como lo mostró el físico italiano Cesare Marchetti, tuvo como efecto ampliar las distancias recorridas a diario y, por ende, el tamaño de las ciudades.

Diagrama de Marchetti (1994): el tiempo de transporte no varía de forma significativa según evolucionan los modos de transporte, mientras aumenta la distancia recorrida. 

Un invento popular más reciente en el campo de la movilidad es la aplicación Waze, adquirida por Google en 2013. Pese a ser útil para el usuario, su propio creador, el israelí Uri Levine, reconoció su candidez en cuanto a su objetivo de ayudar a la fluidez de la circulación. Con el uso generalizado del servicio, ha constatado que el tráfico más bien ha empeorado en muchas ciudades en las que es muy utilizado, probablemente porque gente que antes no cogía el coche ahora lo hace por el hecho de confiar en la aplicación.

 

El aparato que ha tenido un impacto más profundo en las personas y más ha cambiado la sociedad en los últimos quince años es, sin lugar a duda, el smartphone. Las promesas con las que se ha impuesto tan rápidamente en nuestras vidas incluyen: 

  • ganar tiempo que podríamos dedicar a actividades más provechosas; 

  • ganar tranquilidad, habilitando la posibilidad de estar actualizados e informar a los demás en el momento; 

  • ganar flexibilidad, al disponer siempre consigo de un aparato que permite hacer todo lo que necesitemos sin depender tanto de un lugar o de un marco temporal que nos limita. 

 

Por muy fascinantes que sean estos dispositivos, con los datos de los que disponemos la realidad es que la idea que nos hacemos de estas ventajas no se corresponde con la realidad ni con la verdadera experiencia de la gente. La sensación de frenesí, de que nos falta tiempo en nuestro día a día, así como los niveles de ansiedad nunca han sido tan importantes como lo son ahora en nuestras vidas en las que pasamos cada vez más tiempo pegados al smartphone.

Los niveles de ansiedad en la población se mantuvieran estables hasta 2008 antes de aumentar muy significativamente.

¿Por qué? Centrémonos en una aplicación que a su vez concentra gran parte del tiempo que pasamos con nuestros teléfonos inteligentes: WhatsApp. El servicio de mensajería instantánea se presenta como un modo de contacto menos invasivo que realizar una llamada, más usable que enviar un SMS, y por supuesto, más fácil y rápido que escribir una carta a mano u otros medios de comunicación antiguos.

En realidad, que WhatsApp sea considerado como menos invasivo que otros medios de comunicación ha eliminado barreras que nos hacían pensar dos veces en si enviar un mensaje a alguien o no. El resultado es que un usuario medio de WhatsApp emite en torno a 50 mensajes al día (y recibe muchos más ya que algunos se envían a varios destinatarios). Así pues, esta no-invasión ha invadido nuestras vidas, tanto que gran parte de nuestro tiempo nos convertimos en máquinas procesadoras de Whatsapps.

En 2020, los 2 mil millones de usuarios de WhatsApp enviaban más de 100 mil millones de mensajes cada día.

Aunque he explicado en numerosas ocasiones por qué, personalmente, no tengo smartphone y más específicamente, por qué no uso WhatsApp, por supuesto no escapo a esta tendencia natural a intensificar las comunicaciones muchas veces de forma innecesaria. El otro día, quise enviarle un SMS a mi mujer para decirle: “Estaré en casa en 20 minutos, tal y como dijimos”. Pero me frustró caer en que había dejado mi viejo Nokia en casa. Tardé unos segundos en darme cuenta de la absoluta inutilidad del mensaje que pretendía enviar.

Cuanto más bajas las barreras que nos impiden hacer algo, mayor la tendencia a hacer cosas inútiles que nos sumergen en una inmediatez que terminan por saturar nuestras vidas. En WhatsApp, casi el 60% de los mensajes se responde menos de 1 minuto después de haberse recibido.

3 de cada 4 mensajes de WhatsApp a los que se responde se contestan en menos de 1 minuto 

Una pregunta que debería ocuparnos es saber si determinadas tecnologías unen o más bien desunen a las personas. En Anestesiados exploro distintas vertientes de esta cuestión, que sociólogos como Robert Putnam ya se planteaban en la era pre-digital. Paradójicamente, esta pregunta siguió abierta hasta que llegó el internet “social”, el cual ha coincido con un deterioro del tejido social, observable de distintas maneras.

Facebook pretendía ser el motor de “un mundo abierto” que sería a su vez “un mundo mejor, porque la gente que dispone de más información puede tomar mejores decisiones y tener un mayor impacto”, en palabras de su fundador. Pero una vez más, si pasamos del discurso a los hechos, Facebook seguida por las demás redes sociales han terminado actuando como “fuerzas centrífugas peligrosas, ligando a grupos unos contra otros”, en palabras del psicólogo de NYU Jonathan Haidt. Tras casi 20 años con Facebook, no creo que nadie pueda argumentar que que la red social haya cumplido la misión que se había fijado.

Tabla inspirada por el documental The AI Dilemma del Center for Humane Technology

Podríamos seguir con más ejemplos, pero ha llegado el momento de formular esta paradoja de la innovación que emana de los distintos casos que hemos mencionado: 

El propósito común de muchas innovaciones tecnológicas es intensificar y hacer más eficiente nuestras vidas. Pero recurriendo a ellas, ¿qué solemos hacer con este tiempo y estos recursos que pretendemos ahorrar? 

  • En muchos casos parece que los despilfarramos más que los utilizamos correctamente; 

  • Pasamos de un dispositivo o aplicación para irnos a otro/a;

  • Tendemos a dejarnos llevar en el sentido de querer siempre más, en lugar de practicar la sobriedad.

Y esto sucede a menudo porque el propio producto o servicio que utilizamos nos orienta deliberadamente en esta dirección, por su propio diseño y concepción. 

¿Qué podemos aprender de esta paradoja? 

1) No debemos caer en la trampa y tomar al pie de la letra los beneficios de determinadas innovaciones, especialmente antes de ponernos personalmente a usarlas. 

2) Si se supone que una determinada tecnología tiene que hacernos ahorrar algo (tiempo, dinero, recursos), reflexionemos más sobre si este principio se corresponde con la realidad y cómo reinvertimos lo que hemos ganado. 

3) Tengamos siempre esta paradoja presente en este periodo de despliegue acelerado de la Inteligencia Artificial (IA). Si dejamos que penetre la IA en determinados procesos o ámbitos de nuestra existencia:

  • ¿Qué pretendemos hacer –individual y colectivamente– con lo que vamos a ahorrar?

  • ¿Seremos capaces de emplear de forma más provechosa todo lo que hayamos ganado mediante esta mayor eficiencia

OFF #6 | La newsletter para retomar el control

Mayo 2023

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